Historia de vida: "Con la música es más fácil llegar a los corazones"

“Con la música es más fácil llegar a los corazones” dice Einer Daza, un niño de 13 años que vive en Saravena, Arauca, un municipio afectado por la violencia y el conflicto armado en Colombia. Desde muy pequeño, ha experimentado de cerca los estragos de la guerra, viendo cómo su familia y su comunidad sufren las consecuencias de la violencia.

Entra al centro musical de la Fundación Nacional Batuta en Saravena y hace parte del proyecto Acordes por la Paz, donde conoce a otros niños y niñas que han pasado por situaciones similares a la de él.

Einer tiene pasión por tocar la percusión y expresar sus emociones a través de la música. El equipo de docentes y las facilitadoras del proyecto se convirtieron en mentoras para él, brindándole apoyo y enseñándole sobre la importancia de la paz, la reconciliación y la equidad.

A medida que avanza su aprendizaje, Einer encuentra una forma positiva de canalizar sus experiencias pasadas, componiendo también con más estudiantes canciones que hablan de equidad, esperanza y de un futuro mejor.

Einer y su familia participan activamente en los talleres y actividades de Acordes por la paz que promueven la convivencia pacífica, la resolución de conflictos y el respeto a las demás personas. Aprende el valor de escuchar, de trabajar en equipo y de construir relaciones basadas en el respeto y la comprensión. Luego de meses de ensayos, Einer y sus compañeras y compañeros de Batuta cantaron la canción que compusieron en la muestra final del centro musical, llevando mensajes de paz y esperanza a su comunidad.

Yo tengo una forma de sonar
Y tú otras notas para dar
Las juntamos para armonizar
Y cantar por la diversidad.

Somos como una nota musical, diferentes sonidos podemos cantar, Y en una canción unirnos y formar A una sola voz Acordes por la paz

Einer sabe que la música tiene el poder de sanar heridas y de unir a las personas en un propósito común. Su historia de vida es un testimonio vivo de cómo un proyecto como Acordes por la Paz puede construir un mundo mejor.

La historia de Einer es solo una entre las muchas historias de vida que se han visto transformadas gracias a Acordes por la Paz. Cada niño y niña que participan en este proyecto encuentran en la música un refugio, una forma de sanar y un camino hacia la paz, construyendo un futuro en el que la música y el amor son la clave para construir una sociedad más justa y equitativa.

Betsy: Una mujer constructora de paz

"Uno sale, luego de tantos años, a enfrentar una vida que no conoc{ia antes, pero hemos puesto la cara y aquí estamos"

Hablar con Betsy es hablar con una lideresa comunitaria, es compartir con una mujer dinámica que siempre está pensando en las miles de cosas por hacer, en las muchas posibilidades de emprender acciones. Betsy está totalmente comprometida con la defensa de los derechos de la mujer y la lucha por una sociedad más justa y equitativa, donde las mujeres puedan superar la historia de exclusión y violencia (de todo tipo), que este sistema patriarcal genera día a día.

Pero su discurso no es el de un feminismo elaborado y un poco externo, su forma de hablar es sencilla, franca, cercana y siempre enfocada en las mujeres, iniciando desde las más humildes, como las que habitan en el campo colombiano. Tal vez esta increíble capacidad de ser honesta, directa pero sencilla, tiene su explicación en su origen. Sandra (este es el nombre en los papeles, como ella dice), nació en el Neiva (Huila). Es huérfana, a su padre lo desaparecieron en el marco del conflicto armado, nunca supo que actor fue el culpable. Al no estar su padre, su madre, una mujer campesina, se hizo cargo de todo. Al igual que las miles de historias de violencia de este país, en el que las mujeres sostienen sus hogares después de quedar solas gracias a la violencia, en ocasiones esta carga es demasiado grande. “Mi madre fue una mujer campesina, le tocaba muy duro y no hubo otra salida sino coger el camino más cercano, en esos momentos estaban las FARC y esa fue la decisión”, comenta Betsy en este sentido.

La historia de esta mujer es un relato común en el campo colombiano: muchas familias marcadas por la violencia en contextos muy difíciles, pocas oportunidades de empleo o de estudio, en medio de la pobreza y la violencia siempre acechando sus puertas. Así, siendo muy joven, decide irse a la guerrilla de las FARC EP pero aclara: “Ninguno de nosotros ingreso a las FARC porque esto fuera un turismo, un paseo, una aventura. No, ingresamos por otras razones: falta de oportunidades en el campo, falta de opciones para nuestra educación, porque nos estaban acabando con nuestros padres, con nuestras familias, nosotros apenas éramos unos adolescentes que no sabíamos…y la mejor familia y el mejor camino que pudimos haber escogido fue las FARC EP en el campo, porque era una de las organizaciones más sanas, al contrario de las actitudes y las acciones del ejercito… Las FARC siempre inculco valores”. Así, Betsy nos cuenta que gracias a estar a las FARC ella se mantuvo lejos de cuestiones como el consumo de drogas, se mantuvo concentrada, formándose y esto es algo muy valioso para ella.

Estando en las FARC-EP estuvo en varios territorios: “Mi proceso de Lucha fue en Caquetá, Meta, Guaviare, Putumayo”, dice esta mujer, quien dedicó más de 27 años a esta organización, siempre con la convicción de encarnar a una mujer guerrera, una guerrillera que estaba y está convencida de la lucha por la justicia social.

Pero, hacer parte de una estructura militar no es fácil y el asunto para una mujer trae sus propios retos, pues además de ser en lo cotidiano igual que el hombre, en temas de combate y de la organización en el marco del conflicto, es necesario encarar y abanderar la lucha de las mujeres en la sociedad. En sus propias palabras: “es cosa de tener metas, proyecciones y además mucha convicción. El papel de la mujer guerrera, como lo nombran, es el papel de esa mujer que desea un cambio para la sociedad colombiana. Las mujeres en la lucha social y armada recogimos los legados históricos que nos dejaron esas indígenas que entregaron todo por la emancipación del pueblo en resistencia”.

Cuando llegó el proceso de negociaciones para el Acuerdo de Paz,  Betsy se dedicó de lleno a la pedagogía, siempre explicando cómo iba el proceso a las comunidades. “Me parecía que era un sueño para todos los colombianos, por eso hacía todo convencida de que era lo mejor que nos podía pasar en nuestras comunidades, esa fue mi tarea, la pedagogía de paz”, subraya ella frente al tema.

Señala que fue su labor en el momento, pero que aún hoy lo sigue haciendo, porque a través de este ejercicio puede ayudar a sensibilizar sobre la importancia de superar la violencia. Es una vía para el trámite de las situaciones sociales y especialmente, la violencia contra la mujer. En este ejercicio ha aprendido mucho, conocido gente muy valiosa y se ha encontrado con respuestas muy positivas. Ella comenta que, “en las comunidades las mujeres cuentan historias en las que lo perdieron todo, están atravesadas por un profundo dolor. Pero aun así, están comprometidas con que el mejor camino es la paz”.

Al hablar del acuerdo de paz, Betsy está convencida de que es un paso muy importante, especialmente para aquellas personas, familias y comunidades que tuvieron que vivir y sufrir el conflicto en carne propia. Cuenta que al empezar este nuevo proceso de negociación dentro de las FARC-EP muchos tenían dudas, estas provenían de los aprendizajes de intentos anteriores, como el de los diálogos con el gobierno del expresidente Pastrana. “Teníamos dudas por los engaños de los gobiernos pasados, esa era la fuente de la incredulidad”, comenta ella.

Sin embargo, estaba convencida de que era necesario insistir. Piensa que “no podemos seguir matándonos entre gente del pueblo, sean policías, militares, guerrilleros o no. Es deshumanizado. La población sentía la misma necesidad de que todo esto acabara, hablábamos con las madres de guerrilleros, de militares, de policías y todas querían la paz”.

Con el paso de los días y después de la firma, llegó el momento de la dejación de armas, allí los sentimientos se hicieron más intensos. “Con el desarme nos sentíamos vulnerables, sentíamos que se nos quitaba parte de la vida, ya que el arma es parte de la vida militar, una defensa si se sabe utilizar”.

De nuevo como es recurrente Betsy piensa en el papel de las mujeres en todo este proceso, relata que a pesar de la multiplicidad de violencias recibidas por las mujeres, aún muchas se mantiene firmes con los acuerdos, a pesar de que considera se han dicho cosas que no son reales de las excombatientes, ellas se mantienen en pie con su decisión por la construcción de paz. Ella comenta que: “Las mujeres fueron heridas, capturadas, violadas y pese a eso, se mantienen firmes en el proceso. Como mujeres hemos recorrido un camino que nos consolidó y dio mucha claridad. No es sumisión, es lucha y compromiso, incluso con la pérdida de nuestras familias. Nos hemos mantenido firmes a pesar de tanto prejuicio y cosas que se han dicho de las excombatientes, el estigma que existe sobre nosotras. Luchamos por la equidad y una participación en igualdad de condiciones, por sacar este proceso adelante, por nuestras propias vidas”.

Hoy Betsy Ruiz sigue trabajando con la misma convicción y compromiso. Hace parte del equipo de coordinación del ETCR Agua Bonita, ahora Poblado Héctor Ramírez de la Montañita (en el Caquetá). Trabaja con las mujeres y la comunidades del departamento y fue candidata al concejo por el partido FARC en las pasadas elecciones. Dentro de sus principales objetivos, por supuesto, el trabajo de género. Al respecto añade: “El trabajo de género lo hago con comunidades, con mujeres que perdieron a sus hijos en esta guerra, sean del bando que sean. Mujeres cuyos hijos nunca recibieron sepultura. Hay muchas historias dolorosas de mujeres que perdieron mucho. Yo también fui afectada por este conflicto, perdí familia, me pongo de lado de las personas que perdieron todo en el conflicto, de las familias que fueron degradadas. Esas mujeres me despiertan el compromiso de seguir, como ellas, luchando por la equidad de género. Es valiente luchar por la equidad de la mujer, porque ellas cuenten su historia, que se desahoguen, que superen todo lo vivido”.

Betsy cuenta que su trabajo actual tiene muchos retos, que es difícil y requiere de mucho esfuerzo, en ocasiones ha sentido el peso de la estigmatización. “Es algo que se comprende por qué no es fácil”. Por ejemplo, al hablar de su experiencia como candidata, explica: “Uno entiende que puede ser normal, la gente tiene como esa vaina de decir vea usted perteneció a las FARC EP pero ahora es candidata, que vaina votar por usted, quién se dará cuenta, qué nos dirán, qué pasara, dirán que nosotros estamos o fuimos o no sé qué, eso nos marcó bastante en el tema político electoral”.

Contrastando, al mismo tiempo resalta aprendizajes y trabajo colectivo que la llena de satisfacción. Su relación con las comunidades receptoras, en su opinión, es muy buena, han podido trabajar y han aprendido mutuamente. Las comunidades reconocen en las personas del ETCR un gran potencial en el trabajo organizativo y ellos han aprendido de la experiencia de las comunidades. Al respecto menciona que: “Nosotros aprendemos de ellos la aceptabilidad que ellos han tenido con nosotros  y la experiencia que han llevado toda su vida en el marco del conflicto porque de una y otra manera también son víctimas, por estar en fuegos cruzados. Lo que hemos hecho con ellos es contarnos nuestras experiencias, desarmar nuestros corazones y decir de que si podemos aprender a vivir en convivencia, porque de una u otra manera a todos nos ha tocado la situación  del conflicto, todos perdimos familia, todos sufrimos situaciones de uno o de otro lado, entonces pues eso ha sido como parte del entendimiento que ha habido”.

Al preguntarle por el futuro Betsy se mantiene muy clara en sus objetivos y así se plantea su vida en relación siempre con las mujeres y las comunidades: “Mi visión siempre fue, ha sido y será, la justicia social en este país tan patriarcal y machista. Sigue vigente hoy más que nunca la defensa de las mujeres por la vida, la paz y la justicia social. Esta situación en el país debe cambiar, por el bien de nuestras futuras generaciones. Transitar del conflicto armado a la paz requirió entender que este país no podía seguir por el camino de la guerra, de forma deshumanizada, viendo tanto compañero y compañera caer y tener que continuar. Eso es muy duro, algo que no se olvida. Por eso, firmar la paz es, y debería ser para todos, un compromiso humano. De lo contrario, tal vez no podría estar ahora contando esta historia, soy sobreviviente de este conflicto. Yo estuve 27 años en esta organización y eso es una experiencia de sobrevivencia. Es peor que se mantenga la guerra todo el tiempo, la paz es necesaria para que nadie muera miserablemente”.

La tierra, el trabajo y la defensa de la vida

ETCR Agua Bonita. Foto: Alianza para la Paz

Buscando la hoja de ruta a través de la experiencia de un excombatiente.

La historia de Don Luís , ejemplifica el recorrido por el que han tenido que trasegar los integrantes de la guerrilla de las FARC-EP, marcado recientemente por el avance del Proceso de Paz en Colombia. Este excombatiente ha vivido en carne propia las vicisitudes de la guerra. Actualmente él se encuentra asentado en el ETCR de El Oso, en el municipio de Planadas del departamento del Tolima. Es un lugar muy emblemático por su cercanía a Marquetalia, cuna de la guerrilla de las FARC hace más de cincuenta años. Su renombre se debe al famoso “bombardeo a Marquetalia” efectuado por el gobierno en el año de 1964 y que luego dio paso a la fundación de esta guerrilla.

Su vida estuvo marcada por situaciones complejas en la década de los 80s, antes de hacerse guerrillero. En medio de un entorno campesino, desde temprano tuvo que soportar atropellos de diversos actores en su propia vivienda, dentro de estos, el de la fuerza pública, lo que terminó afectando sensiblemente a todos los miembros de su hogar. En su momento, lo marcaría la exposición de su familia ante la violencia aplicada por actores armados externos, generándose gradualmente un ambiente de temor. El futuro era sombrío por el maltrato de la Policía y el Ejército, relata Don Luis, lo que sumado a las condiciones humildes de su familia y las carencias de las comunidades rurales, lo llevaron a acercarse a la subversión. Así mismo, era habitual el paso de la guerrilla a través del territorio en aquellos años, lo que había normalizado su presencia entre las población local.

Sin muchas opciones a la mano y en medio de todo ese escenario, se fue preparando el camino de Don Luís hacia la lucha armada, sin saber exactamente la trascendencia de este paso para su propia vida. Al principio, él no tenía plena conciencia de lo que implicaba el ingreso a las filas de la guerrilla, hasta que tuvo que recibir una formación y una disciplina rígida que lo fueron convenciendo de su militancia. Don Luís no negaba que el miedo de vez en cuando lo invadía en la clandestinidad, ya que se veía afectado por el ambiente de tensión característico del conflicto. El temor que desencadena la guerra, es comúnmente un compañero de viaje de los combatientes. Sin embargo, sus motivaciones estaban alimentadas por la desprotección y las condiciones de vida de los campesinos con quienes compartió en su niñez y juventud. Justificaba su nuevo papel, al jugársela por la defensa de los más humildes.

Pero pronto, se vislumbraría un problema que estremecería de cerca a los guerrilleros. Sus familias eran también hostigadas por la vinculación de uno de sus miembros con la subversión. Estas corrían un serio peligro al recibir retaliaciones de las autoridades y no fue la excepción lo ocurrido con los parientes más cercanos de Don Luís, dada su nueva militancia. De hecho, varios familiares suyos fueron amenazados, perseguidos, capturados o asesinados en medio de esta cacería de brujas. Él todavía lo recuerda con dolor. Así que varios familiares de los guerrilleros también optaron por vincularse con la guerrilla en busca de protección.

Con el pasar de los años, se hizo claro que un Proceso de Paz estaba dentro del abanico de posibilidades de las FARC-EP y Don Luís, en más de una ocasión, escuchó dentro de su organización que tarde o temprano se generaría el entorno político para dar este gran salto. Muchos sabían que la lucha armada era complicada y que no los llevaría a su objetivo último: la toma del poder. En medio de ese debate, todavía recuerda la irrupción de los Diálogos del Caguán a finales de los 90s, en la era del mandato presidencial de Andrés Pastrana. Desde su perspectiva, en aquel entonces no estaban dadas las condiciones y cree que de pronto se precipitaron al establecer un puente con el gobierno. En sus propias palabras, “el Estado estaba ganando tiempo para rearmar a su fuerza pública, sin querer realmente un proceso de paz, por eso los diálogos pueden llegar a ser una trampa”.

Mucho después, a la espera de ese momento adecuado para dejar la lucha armada, es cuando surgieron los Diálogos de la Habana durante el gobierno del Presidente Juán Manuel Santos, lo que generó nuevas expectativas de cambio dentro de la subversión. Poner un punto final a la pérdida de familiares y a la de sus compañeros en medio del combate, era lo que motivaba esa decisión de varios de los guerrilleros. En su momento Don Luís mencionaba que: “dejamos las armas para que esto no vuelva a pasar”. Este exguerrillero tiene todavía fresco en su memoria el anuncio que se dio internamente dentro de las filas de su agrupación y de los procesos de capacitación dirigidos hacia el acuerdo para la dejación de armas. Les dieron directrices y recibió la pedagogía del caso para entender el nuevo escenario que se aproximaba. Don Luís entendía que la lucha política ya no se disputaría en el campo de lo bélico, sino en el ámbito legal.

Una vez se tomaron las determinantes de la dejación de armas, el proceso estuvo lejos de ser sencillo y eso lo ha experimentado de primera mano. El día de la entrega de armas fue estremecedor para los subversivos y Don Luís recuerda que se mezclaba la emoción, con la nostalgia y la incertidumbre. Este instante, significaba para él, apartarse repentinamente de una vida de años marcada por la lucha guerrillera. Era definitivamente una transformación radical de sus vidas y estaban realmente haciendo historia dentro del desarrollo del conflicto colombiano.

A diferencia de otros frentes, muchos de ellos fueron trasladados a una Zona Veredal lejos de su escenario de trabajo, lo que para Don Luís implicaba romper con esos lazos tejidos durante años con la comunidad. Para él la despedida de su territorio y las comunidades vecinas fue emotiva, pero estas mismas comunidades les advertían angustiosamente de su futura y precaria situación de seguridad, al quedar a la deriva en medio del avance de otros actores del conflicto. Siguiendo el cumplimiento de lo pactado, teniendo que abandonar a sus allegados y familiares, Don Luís y sus demás compañeros finalmente se marcharon a otro lugar previamente dispuesto, comenzando de cero a construir relaciones de confianza y colaboración con las nuevas comunidades que los acogerían.

Se encontraron prontamente con un primer obstáculo, al constatar que los preparativos y la logística para su instalación en la Zona Veredal, eran realmente precarios. El futuro no era tan claro y prometedor en ese entonces. Desde su punto de vista, “estos lugares no tenían ni el 1% de lo que deberían tener”. No obstante, Don Luís recuerda de manera gratificante, como ha sido el cálido recibimiento de la población residente, al tener que compartir un mismo territorio por la fuerza de las circunstancias. Él no deja de exaltar como estas comunidades los han ayudado y se han comprometido con esta nueva causa en torno al Acuerdo de Paz. De hecho, siente orgullo de cómo en el presente comparten algunos espacios de trabajo conjunto.

Para Don Luís han sucedido situaciones inesperadas. “Nos empezamos a relacionar con gente de otros niveles, con quienes seguramente nunca antes se hubieran relacionado con nosotros”, recuerda él frente a aquel instante. Ha tenido que ser testigo de la visita de Ongs, estudiantes, la iglesia, entidades del Estado, organismos acompañantes, periodistas y fuerza pública. Anteriormente, algunos de ellos fueron vistos como sus opositores, porque satanizaban las luchas sociales o armadas. Tal es el caso de algunos medios de comunicación y de los organismos de seguridad del Estado. Superando mutuamente sus prejuicios, Don Luís ha comprobado personalmente que detrás del uniforme de un policía o militar, hay personas comunes y corrientes, con quienes ha tenido la oportunidad de compartir e intercambiar ideas. Incluso el relata como en algunos espacios estando junto con ellos reflexionan: “mire cómo es la vida, nosotros que todos provenimos de familias campesinas, humildes y desprotegidas, donde el Estado únicamente nos ha mirado como una máquina de guerra”, librando disputas que ya no merecen la pena.

Don Luís ha palpado como la fuerza pública, termina apoyando el proceso local de reincorporación luego de departir con los exguerrilleros. Ellos se han descubierto entre sí como humanos. En medio de ciertas condiciones favorables, el propio Don Luís se ha atrevido a pedir perdón por lo ocurrido en el pasado, ya que las dinámicas de la guerra se desbordan y hoy caen en cuenta del daño que se pudo haber causado. “Yo personalmente en algunos espacios he pedido perdón a las comunidades y a la sociedad, porque uno en el conflicto genera víctimas”, agrega Don Luís.

A pesar de los factores que inyectan energía en los excombatientes, también hay fisuras que han desalentado a sus protagonistas. Don Luís viene pensando que dar el paso hacia una nueva vida política es difícil, por toda una serie de sinsabores. Por ejemplo, Se ha venido percatando con preocupación, de las decenas de compañeros de lucha que han sido asesinados en todo el país. Se apagan estas vidas de excombatientes, aun cuando en el momento de su muerte no portaban un arma y en medio del proceso de reincorporación. Eso le ha desencadenado un vacío, desconfianza e intranquilidad permanente. Con cierta angustia, brevemente comenta: “nos han seguido matando”. No saben quién será el siguiente en ser abatido luego del Acuerdo.

El tema de la seguridad es vital, pero él no ve claridades y garantías en esta cuestión tan trascendental. Le inquieta que no haya un plan de implementación en materia de seguridad para protegerlo a él y los demás excombatientes. Sabe perfectamente que si se amenaza algo tan básico como la vida, no es posible ni el acuerdo, ni la reincorporación. Piensa que llegará el punto en donde no sabrán para dónde ir, ya que desde que él entregó las armas, se siente muy vulnerable. Agrega que, “el tema de seguridad es flojo en algunos lugares, tan así, que en un ETCR de Antioquia los exguerrilleros han venido desplazándose y saliendo de allí”. Para Don Luís, ni la ciudad es una opción, ya que tampoco ve posibilidades de supervivencia en la gran urbe. Con resignación concluye que, “el acuerdo de paz es muy bonito, pero el cumplimiento real es mínimo”.

El además siente como se desprenden otras preocupaciones. El desempleo y la falta de ingresos es algo que aqueja a Don Luís, quien todavía tiene fuerzas y ganas de trabajar. El no sentirse útil va minando su creencia en el proceso de reincorporación. Ve cómo hay mucho dinero en este proceso de transición, pero cree que está mal invertido porque no ve su real materialización en el territorio. Por ahora, están asentados en un terreno de siete hectáreas, pero de este, es mínima su área productiva apta para la agricultura. “Nosotros vivimos en pedazo de tierra muy chiquito, nosotros estamos supremamente encerrados, no tenemos donde trabajar”, comenta al respecto. Sin un trozo de tierra, aclara que es complicado que emprenda o se atreva a lanzar ideas de procesos productivos.

La tierra es de lo que más inquieta a Don Luís, ya que abunda en las inmediaciones, pero les es ajena o no está titulada a nombre de los reincorporados. En ella se podría materializar muchas ideas que vienen bosquejando con sus compañeros y comunidades vecinas, pero se queja de la falta de disposición del gobierno. “Cada rato se escuchan amenazas de que el gobierno no va a comprar esta tierra”, puntualiza. Desde las instancias oficiales, les responden que no hay apoyo económico en tierras ajenas a los excombatientes, pero tampoco el gobierno les ayuda a adquirirlas. “Bueno, o echamos para adelante o echamos para atrás nuestros proyectos”, se plantea desconcertado Don Luís en ese sentido. En esta sin salida se encuentran atrapados, siendo él uno de los que confía en la creatividad y emprendimiento propio, guardando consigo un inmenso potencial.

Pero todas estas alternativas él las ve asfixiadas por la falta de eco a sus exigencias. Sin empleo, sin beneficios económicos y sin poder brindar la educación que piden al interior del ETCR, ya sea para terminar el bachillerato o la universidad, terminan viendo como se le aplica un cerrojo a muchas de las puertas del proceso de reincorporación. Las garantías de trabajo y capacitación se ven difusas, porque Don Luís cree que esta situación no es sostenible, que no pueden ser una carga permanente para las comunidades aledañas, ni recibir ayudas externas indefinidamente. Cómo sobrevivir por su cuenta y con sus coterráneos es la cuestión principal, ya que sin un quehacer no es posible hablar de una incorporación real a la sociedad. Don Luís sabe que el tiempo corre y es limitado; su futuro está por decidirse en meses o en pocos años y él casi que desespera por la incertidumbre reinante en su situación y la de sus compañeros en la zona. Para Don Luís los comienzos no son sencillos y mucho menos, con el clima político que prima hoy en el país.

En ese flujo y reflujo de sensaciones encontradas, Don Luís halla cierta esperanza. Destaca sobre todo el papel de la ONU en la región, llegando a afirmar que si la Misión de la ONU no existiese, quizás no hubiera sido posible todo el proceso. Para él esta entidad ha sido un gran apoyo desde lo local y por eso defiende su presencia.

Pero la voz de Don Luís se fortalece y anima aún más, cuando piensa en todas las iniciativas que se vienen gestando a pasar de los obstáculos. En el proceso de reincorporación, el rescata como se viene adelantado un proyecto de piscicultura liderado por mujeres; uno de producción de café, que implica siembra, recolección, procesamiento, empaque y venta; y uno de ebanistería, siempre de la mano con las comunidades cercanas. “No queremos hacer ningún proyecto sin que tenga participación de la comunidad”, menciona Don Luís.
Pero uno de los proyectos más destacables, que inspira al propio Don Luís, es la llamada “Ruta Marquetalia por la paz”, que consiste en un circuito turístico en la región, rescatando la historia y evolución del conflicto. Primero la idea se denominó “Ruta Marquetalia” al realizarse durante el último aniversario del nacimiento de las FARC-EP cuando aún se encontraban en armas, pero pensada solo como un acto simbólico. Luego de hacer un curso en Yopal (Casanare) y lograr certificarse como agentes de viajes y turismo, lograron la capacitación requerida para darle más forma al proyecto. Recuerda que, unos extranjeros hicieron un primer recorrido y a partir de allí surgieron muchas ideas para perfeccionarlo, mostrando a los visitantes no solo el paisaje, sino las dinámicas sociales del conflicto, al cuestionar el cómo, el por qué y donde surgió el mismo. Todas estas reflexiones brotan durante el recorrido, así que “se trata de mostrar la otra cara de la moneda”, cómo dice Don Luís. De momento, este proyecto goza del apoyo de la Alcaldía y el Partido FARC, pero sueñan con que este por fin se haga una realidad por el liderazgo que se le ha impreso y la cantidad de oportunidades que a partir de allí se visualizan.

Don Luís continuará dando ahora la batalla desde la orilla de la reincorporación. Sigue trabajando y anhelando reales cambios desde uno de los lugares que vio nacer el conflicto en Colombia al Sur del departamento del Tolima. El municipio de Planadas, ahora uno de los epicentros de este proceso, es el espacio desde donde Don Luís seguirá proponiendo, debatiendo y trabajando en colectivo, luchando por un trabajo digno, por una parcela de tierra y por garantías de vida para poder alcanzar todos sus proyectos.

Esperanza

ETCR Agua Bonita. Foto: Alianza para la Paz

“Ese ha sido el trabajo que me ha gustado desde mi niñez, el trabajo comunitario, el trabajo con las comunidades y siempre trabajando para que haya una justicia social…salud, educación. Eso lo motiva a uno a estar ayudando siempre a las comunidades”.

Para muchos colombianos, especialmente los que vivieron la década de los años 80s y 90s, escuchar hablar de la Unión Patriótica UP, es algo común. La UP tuvo sus inicios a mediados de los 80, como resultado de unos acuerdos entre el gobierno del entonces presidente Belisario Betancur y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC. En los llamados “Acuerdos de La Uribe” se estipuló el surgimiento de un movimiento político como una opción de oposición, movimiento que contó con un numeroso respaldo popular y logró un apoyo importante en las primeras elecciones populares de alcaldes en el país.

Tras la la ruptura de las negociaciones, los miembros de la UP quedaron en un evidente riesgo. Muchas personas fueron asesinadas y cientos fueron amenazas y perseguidas. Personas del Partido Comunista Colombiano (PCC) tenían una amplia participación dentro la UP, por lo cual también resultaron afectadas. Fue una violencia que había iniciado tiempo atrás, pero que se acentuó sistemáticamente en las últimas décadas.

En este difícil contexto crece Esperanza, nacida en el departamento de Caquetá. Desde muy chica empieza a militar en la juventud comunista –JUCO-, también trabajó con la organización Unión de Mujeres Demócratas de Colombia (UMDC). Esta última es recordada por ser de las primeras organizaciones de mujeres, que a pesar de la represión existente, inicia con la conmemoración del 8 de marzo como día internacional de la mujer trabajadora en Colombia. “Yo soy oriunda del Caquetá, antes yo era dirigente de la juventud comunista en el departamento de Caquetá. Trabajé, pues toda mi niñez hasta los 17 años que me fui a las armas. También hacía parte de la organización social “Unión de Mujeres Demócratas de Colombia”, nos cuenta Esperanza. Durante su niñez y con evidente nostalgia, recuerda el importante trabajo organizativo y político de las comunidades de su querido departamento.

La nostalgia evidentemente proviene de la difícil decisión que le toca tomar apenas a sus 17 años, en un contexto donde lo necesario era salvaguardar su vida. De esta manera y para poder seguir trabajando por sus convicciones, toma la decisión de ingresar a las FARC. Ella cuenta que, “eso si es un tema que realmente fue muy difícil. Entre 1985 y 1990 fue el período del genocidio político de la Unión Patriótica, y a la gente de la juventud comunista. Eso fue lo que nos llevó realmente a irnos a las FARC ”. Además, Esperanza observa como ese momento histórico se parece mucho al actual; “estamos repitiendo eso ahorita”, sentencia.

Al preguntar por lo más difícil de tomar esta decisión, Esperanza nos muestra como su motor de vida es ser lideresa comunitaria y en consecuencia nos dice: “lo más difícil de esto fue dejar las organizaciones, pues yo ahi me formé”. Esperanza encarna la vida de muchos líderes sociales, que como ha sucedió antes hasta el día de hoy, palpan un inmenso riesgo por su vida producto de su trabajo organizativo. En su momento, la decisión de Esperanza fue unirse a la guerrilla, tras ser víctima de la violencia política experimentada en aquel entonces.

Cuando llega a la guerrilla, describe que lo que más la impactó fue ver la capacidad organizativa de este grupo armado. Ella señala que, “cuando yo llegué y mire tanta gente, porque realmente uno desde afuera, no alcanza a medir la dimensión de lo que se trabaja al interior de las FARC… construyendo realmente una plataforma de gobierno con un objetivo muy preciso, el cambio social del país. Uno acá afuera no alcanza a medir la dimensión”.

Con el paso del tiempo se siguió sintiendo impactada por lo que significaba la organización de la guerrilla en todo el país y además, el hecho de que este movimiento insurgente fuera reconocido, tanto nacional, como internacionalmente. Además, resalta el desarrollo político que se tenía al interior de sus filas. Dentro de este andamiaje, Esperanza hizo parte de una comisión de trabajo que se encargada de relacionarse con las comunidades del departamento, lo que le permitió seguir en contacto con la organización comunitaria.

Años después llegarían otros diálogos, los del Caguán, que representaron para muchos guerrilleros un aprendizaje, de cómo estos frágiles procesos pueden romperse en cualquier momento. Esto generaría, para el proceso de Diálogo con el gobierno de Santos, una inicial sensación de incredulidad, esperando el momento en el que se tuvieran que detener por cualquier situación adversa. A pesar de todo, los diálogos prosperaron y generaron el acuerdo, aunque para Esperanza, siempre estuvo presente el recuerdo de la historia de la UP y del Partido. “Mi miedo era que se repitiera la historia”, cuenta. Con tristeza, reitera que actualmente han perdido la vida muchos de sus compañeros y compañeras excombatientes. Igual sucede con los líderes sociales en el país, situación que aún no parece tener medidas efectivas para su prevención. No era seguro hace 20 años y no lo es ahora para Esperanza. “Todos los días nos están matando y no solo a nosotros también a los líderes sociales”, afirma.

Cuando se firman los acuerdos, Esperanza asume un nuevo rol y durante un año dedica sus esfuerzos a hacer parte del equipo de monitoreo y verificación del cese al fuego y de la dejación de las armas. Allí se une al equipo regional en Florencia en donde trabaja muy de cerca con las realidades del Putumayo y Caquetá.

De este proceso de reincorporación, resalta que iniciaron con unas expectativas muy altas, pero que ahora tienen un sin sabor, pues en su concepto, el cumplimiento de los acuerdos ha sido muy limitado, ha habido cambios a los acuerdos y poca implementación de los mismos. Esto le preocupa y espera que la voluntad del gobierno cambie para que se logren hacer desarrollos importantes. Al respecto dice, “si hay voluntad del gobierno podemos hacer muchas cosas, tener un pueblo, un puesto de salud para atender las veredas cercanas, un parque infantil que vengan los niños de las veredas. Pero solo si hay voluntad política del gobierno, local, nacional y regional”.

Pero Esperanza aclara que esto no sólo lo desea para las personas en proceso de reincorporación, comentando que, “realmente el acuerdo no es solo con nosotros, es con todo el país”. Resalta el estado de los acuerdos en el tema de la sustitución de cultivos y llama la atención de cómo esto es un punto central para el campesinado. Afirma contundentemente que es con este sector social con el cual el gobierno debe avanzar en el cumplimento, pues de esto depende la subsistencia y seguridad de este actor tan importante a nivel nacional.

También le preocupa el poco impulso del gobierno a las iniciativas productivas que existen en el poblado (antiguo ETCR). Por el contrario, observa como la mayoría del apoyo lo han recibido de donantes internacionales, labor que resalta cómo unos de los respaldos fundamentales durante todo el proceso. Así mismo, ve con entusiasmo la forma como las comunidades los han acogido, no solamente las que viven cerca del poblado, sino las de todo el departamento, pues ha sentido como les piden su participación y su colaboración en el direccionamiento de algunos programas.

De esta manera Esperanza cuenta como en términos de la estigmatización, no ha sentido ninguna reacción de rechazo por parte de las comunidades, pero es diferente cuando habla de las instituciones, en donde identifica un señalamiento. Además, la discriminación se hace visible, especialmente en aspectos de tipo laboral. Continuando con la problemática de la estigmatización, Esperanza señala como también se genera una suerte de desinformación que parte desde los medios de comunicación, al no distinguir entre el proceso actual de reincorporación y la desmovilización. Puntualiza que: “Estigmatización se puede ver en muchos discursos desde la televisión, en el lenguaje hablado y escrito, donde no se ha logrado entender que nosotros no estamos en un proceso de desmovilización, nosotros hicimos una movilización”.

Esperanza es hoy la coordinadora departamental de sustitución de cultivos de uso ilícito y encargada del tema de educación del poblado Héctor Ramírez, ubicado en el municipio de La Montañita, en Caquetá. Sigue apostándole a la organización comunitaria, afirma que es su motor y lo que la motiva a seguir trabajando. “Ese ha sido el trabajo que me ha gustado desde mi niñez, el trabajo comunitario, el trabajo con las comunidades y siempre trabajando para que haya una justicia social…salud, educación. Eso lo motiva a uno a estar ayudando siempre”, comenta.

Afirma que el Poblado del que hace parte tiene muchas cosas que compartir, como el muralismo, la marroquinería y todas las iniciativas que se están construyendo desde el territorio. Así mismo, tiene claro que los acuerdos aún están en proceso y para esto necesitan mucho apoyo y compromiso en la construcción de paz. Afirma que ellos están y seguirán haciendo su parte, esperando que se cumpla lo pactado y que dentro de muy poco, en el futuro venidero, se consoliden las bases de un desarrollo social para este territorio del Caquetá, por el que ha trabajado desde muy pequeña.

La Vida de Sandino: Varios caminos un solo fin

ETCR de Pondores. Foto: Camilo Ara para Alianza para la Paz

“Si tú te portas mal con una comunidad, la comunidad te va a rechazar, estés donde estés: la Policía, el Ejército o la guerrilla o donde sea, pero si tú te portas bien, en cualquier parte donde estés, la gente te va a querer”.

El Bajo Cauca antioqueño fue el territorio donde nació Álvaro José, Caucasia su pueblo natal y El Bagre el que lo vio crecer. En este último aprendió de primera mano, cómo en una tierra tan rica en recursos naturales y llena de campesinos y mineros trabajadores, las condiciones sociales y económicas pueden ser muy precarias. “Se ve el atropello contra el campesino, contra el obrero”, dice.

En esta región del país, pudo constatar desde muy joven como los campesinos en Colombia sufren de injusticias, desigualdades y pobreza. A pesar de esto son personas humildes, solidarias que siempre reciben con la mejor de las actitudes. Tal vez de aquí viene su amor, pasión y admiración por el trabajo campesino y rural, es difícil escucharlo sin que recurra a hablar del campesinado y las necesidades que tienen o de cómo a través de la organización comunitaria, podrían encontrarse soluciones para sus problemáticas,. Surgen preguntas como: ¿cuánta tierra está disponible en la Guajira? o ¿qué podemos hacer para garantizar la comercialización de los productos de las veredas? Son problemáticas que rondan la mente de este hombre que formó parte de las FARC-EP durante 27 años de su vida.

Pero Álvaro José nos hace ver que no solo los campesinos sufren estas condiciones. En El Bagre, como en otros municipios del departamento de Antioquia o sus vecinos del Sur de Bolívar, la existencia de oro en sus territorios marcan una contradictoria situación. Es tan rico el territorio en el que nacen, viven y trabajan, pero a la vez tan pobres y difíciles sus condiciones de vida. “Yo soy del Bagre, un pueblo minero que fuera pa que tuvieran una buena universidad al menos, una buena vía de penetración”, nos cuenta al recordar el pueblo que lo vio crecer.

La pequeña minería o la minería artesanal en Colombia, se ha convertido en una labor de sobrevivencia para muchas personas del espacio rural o que se han desplazado tras las distintas olas de violencia en busca de zonas más seguras, en donde puedan establecerse y tener alguna actividad productiva que los sostenga. En el Bajo Cauca antiqueño este ejerció de la pequeña minera o la minería artesanal, se ve acompañado de la minería a gran escala. Los ríos Cauca y Nechí, son el epicentro de esta explotación, por la riqueza de sus cauces.

Sin embargo, Álvaro José resalta como unos actores son más aceptados que otros y esto se ve como otro obstáculo más para los pobladores de la región. Él cuenta que, “los mineros artesanales que son los que siempre han existido con su profesión de mineros desde pequeños, son perseguidos a diestra y siniestra por el ministerio de minas y energía y ellos siempre han vivido de la minería, mientras que las grandes mineras, las empresas grandes, son más destructivas de la naturaleza, causan más impacto ambiental, esas si pueden trabajar, dañan agua, dañan bosques, dañan lo que sea y hay no hay control”. Además señala que, a pesar de esto, los pequeños mineros siguen manteniéndose en su actividad, así para los barequeros el precio del oro continúe siendo muy bajo.

Estos primeros años de la vida de Álvaro y su familia, esbozan el retrato de la vida de muchos colombianos y colombianas que con mucho esfuerzo han procurado mantenerse en el campo ejerciendo las labores agrícolas y dependiendo de cada territorio, recurriendo a acciones de supervivencia. Por ejemplo, “El rebusque” como la minería artesanal. Poco a poco, a través de la lectura fue enterándose como, en otros países, la lucha revolucionaria se daba en respuesta a situaciones muy similares. Luego ingresa al Partido Comunista en 1986, mientras tanto se ganaba la vida en varias labores: guardián en la cárcel, vigilante, trabajador de una empresa de banano y en la empresa minera Mineros S.A.

En el año 1989 toma una decisión trascendental. A Álvaro José le llegó el momento en que pensó: “voy a aportar un poquito a la lucha, para así poder ayudar al campesino”. En este momento y con esto en su mente, ingresa a hacer parte de las filas de la guerrilla de las FARC y se convierte en SANDINO. Era una lucha necesaria, cuenta Sandino. A demás menciona que, “la gente piensa que de la noche a la mañana va a llegar el gobierno, venga usted no tiene tierra, vamos a ponerlo aquí…para esa cuestión tenemos que estar preparados y como tenemos que estar preparados en organizaciones”. Una vía organizativa viable para él, en los años 80, fue la lucha guerrillera. Esta le dio a Sandino una ruta, una opción para la trasformación.

Durante el tiempo que duró su paso por la guerrilla, 27 años, se llenó de historias y aprendizajes, aunque reconoce que en algunos momentos se cometieron errores. Su papel siempre fue en relación y comunicación con las comunidades. “27 años en el trabajo de masas, con la población, explicando las razones por las cuales estábamos en armas”, dice. También era uno de los encargados de ser los primeros en reconocer un territorio, las rutas, los caminos donde están las cosas, el agua “conocer el territorio es muy importante, pa uno moverse en el terreno tiene que saber dónde está parado”, sentencia Sandino.

Recuerda su paso por la guerrilla con orgullo, resalta que fue consiente desde el momento en que se fue y que esa conciencia fue creciendo con el tiempo. En la guerrilla paso por muchos territorios “inicie en el sector del Bajo Cauca y luego fui para el Sur de Bolívar, luego estuve dos años en la cárcel, después regresé y me mandaron para Montes de María, Antioquia, Atlántico y Magdalena Medio, hay termine en la Mahecha”1 . Recuerda también muchos momentos tristes: la primera vez que vio morir a un compañero; aquella vez que se despidió de dos amigas, Luz Marina y Kate Lapencúa. y después se enteró de su muerte; ese desprenderse de sus amistades y después ya no poder contar con ellas, cuenta que esos momentos fueron muy duros.

Cuando iniciaron las negociaciones con el gobierno de Juan Manuel Santos, en el escenario guerrillero se sentía mucha incertidumbre. Para esa época recuerda Sandino como incluso con cese bilateral de fuego, tuvieron momentos muy difíciles: “una compañera que le decíamos Mónica, salió a hacer una vuelta con otro compañero y los mataron a los dos… uno no creía en esa vaina, más sin embargo, se siguió insistiendo… A medida que uno se iba dando cuenta que las cosas avanzaban íbamos siguiendo la corriente, los mandos estaban seguros de que las cosas iban a cambiar”.

Sandino resalta que hay cosas muy positivas de los acuerdos firmados, como el punto de la Reforma Rural Integral, “es que uno lo lee y lo llena de emoción”. En materia del fin del conflicto, resalta que por lo menos ellos cumplieron y dejaron las armas, pero no puede ocultar su preocupación frente a lo que el identifica como la falta de voluntad del gobierno para cumplir con los acuerdos. Apunta sobre la reincorporación, que para que efectivamente sea una realidad, debe haber voluntad de ambas partes. Señala que, “si el gobierno nacional tuviera voluntad política seria diferente pero no hay, entonces hay que luchar contra la corriente”.

Sin embargo, Sandino aún tiene esperanza. Dice que quiere ver un campo productivo, el campesino viviendo feliz y con tierra. Recuerda la expectativa con la que salieron de su campamento “Salimos de un campamento a Carrizal, contento porque uno dice: vamos a darle un cambio a Colombia, mirar al campesino trabajando organizado, los niños organizados, las carreteras organizadas”. Valora que como resultado del Proceso de Paz, algunos de sus compañeros pueden estar con su familia y él, volver a tener contacto con ellos. “Yo no puedo estar con mi familia -aclara Sandino- porque en mi pueblo hay mucho paramilitarismo y pues…yo no puedo estar con ellos allá, pero yo hablo todos los días con mi mamá, con mis hermanos”. Además, resalta que ahora puede volver a hablar con sus dos hijos. Uno de ellos, de hecho, hace parte de las fuerzas militares, situación que le da un sentido muy especial al reencuentro y al significado de la reincorporación.

Sandino afirma que en este nuevo momento, los libros y el estudio son muy importantes y de nuevo reitera su idea de la necesidad de fortalecer la organización comunitaria del campesinado, para buscar la mejoría de sus condiciones. Acerca del trabajo comunitario explica que es un trabajo que requiere de mucha dedicación, con muchos retos y agrega que el aporta con su día a día en este sentido, a pesar de tener muchas dificultades. “Se necesita de mucha dedicación, necesita de mucho sacrificio, a mí me gustaría hacer esa cuestión pero a veces carece uno de transporte… por ejemplo ir de aquí pa Conejo cuando uno no cuenta con transporte, vale cinco mil…pa todos los lados donde uno se mueva tiene uno que conseguir un transporte”, comenta en ese sentido.

Al preguntarle por las relaciones con las comunidades Sandino nos cuenta que se siente agradecido, que los han recibido muy bien, que de hecho algunas comunidades les piden que los visiten. El intenta hacerlo cada vez que puede, dice que es necesario acompañarles y ayudarles. Al respecto describe: “Un día que uno haga perder a un campesino para ellos es mucho, pero si uno se reúne por la tarde o en la mañana, que les quede tiempo para trabajar…si una fundación o una entidad o una organización quiere ayudarles, así sea en orientación, porque nosotros plata no tenemos, pero con gestiones, con contactos, ellos se van a sentir contentos, no se van a sentir solos, se van a sentir acompañados”. Siempre con buenas intenciones, él dice tener muy claro que “si tú te portas mal con una comunidad, la comunidad te va a rechazar, estés donde estés la policía, el ejército o la guerrilla o donde sea, pero si tú te portas bien, en cualquier parte donde estés, la gente te va a querer”.

Señala que el ETCR en el que se encuentra, Pondores, es uno de los más fortalecidos y eso ayuda, pues la apuesta de todos sigue siendo colectiva. “Nos hemos mantenidos unidos, sabemos que juntos podemos conseguir las cosas”, añade. Además, siempre piensan en hacerlo de la mano con las comunidades cercanas. De esta relación resalta que no se han sentido estigmatizados, esto se demuestra en que no se ha sentido rechazado por las comunidades. Sin embargo, señala que las instituciones a veces si lo hacen y espera que esto vaya cambiando.

Sandino hoy como persona en proceso de reincorporación, se encarga de liderar la junta de acción comunal de su poblado y de relacionarse en buena parte con las comunidades cercanas al ETCR. Ahora sin armas, su respuesta ante las dificultades de su comunidad y las de la Guajira, está en la organización comunitaria, en poner ejemplo. Sin embargo, se sobrecoge al reconocer que el trabajo necesario para el campesinado de esta región y del departamento de la Guajira es difícil, pero su compromiso y voluntad esta firme con la paz y como siempre, con los campesinos.

1. Compañía Raúl Eduardo Mahecha del Bloque Magdalena Medio.